Este poema de Antonio Machado fue publicado en 1912, junto a otros poemas en "Proverbios y cantares". Es el poema más famoso del autor por una esencia tan liviana como abrumadora. En las primeras dos estrofas, se plasma al hombre como un peregrino que va creando su destino con el transcurso del tiempo, en tanto que no hay una forma preestablecida de vivir y disfrutar, sino que se descubre caminando. Los pasos son irrevocables y se pierde su rastro en un gran sendero. Su principal tema trata el tópico "homo viator", hombre de paso por la tierra, cuya existencia termina tras un camino de aprendizaje.
La tercera estrofa refleja un andar sin retorno, en el que se emplea el tópico “vita flumen”, la vida como un río, con un paso abrumante e irrefrenable. Por el tiempo son arrastradas todas las pasiones que tenemos, nuestros amores y alegrías, momentos felices y tristes. Gran parte de la melancolía de Machado viene dada por la prematura muerte de Leonor, su amada. Se conocieron cuando ella tenía 13 años y él 32, y se casaron dos años más tarde. Pero este romance fue interrumpido por la tuberculosis. En poemas posteriores a su muerte (1912), es muy notorio el tono amargo del paso del tiempo y la soledad que supone la falta de Leonor, “el hada más joven”
«Poemas 119º y 121º de Campos de Castilla»
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Díos mío, mi corazón clamar
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.
La cuarta estrofa emplea más a fondo el "tempus fugit", el tiempo pasa como las marcas que se dejan en el agua, fugaces y sin dejar huella.
En definitiva, el autor incita al lector a caminar plácidamente por el sendero de la vida, que tan rápido empieza como acaba.